El reloj marcaba la 1:19 de la tarde cuando el techo se derrumbó con toda su mole sobre Azucena Barragán, su esposo Carlos y sus hijos Pablo y Adriana.
Aprisionada entre los escombros, escuchaba los gritos de su hija, quien no soportaba el dolor y repetía que iba a perder un brazo. Luego una incontenible asfixia se fue apoderando de Azucena, mientras el polvo se elevaba del suelo como si hubiera caído una bomba en el barrio Brasilia Nueva, de Armenia.
Al mismo tiempo, en el vecindario Nueva Cecilia, el cielorraso del apartamento de María Victoria Álvarez se hizo talco. Las paredes se agrietaron y el piso comenzó a sacudirse con violencia.
Corrió por los cuatro pisos de escalas hasta llegar a la calle con su familia, donde otros vecinos de semblante aterrado se reunían sin saber qué saber.
Después comenzaron a llegar los rumores, "no vayan al centro", "todo se cayó", "está lleno de muertos".
El 25 de enero de 1999 un terremoto de 6,2 grados en la escala de Richter estremeció al Eje Cafetero. A las 5:40 p.m. del mismo día, una réplica de 5,8 grados arrasó con lo poco que quedó en pie.
De acuerdo con el estudio posterior de la Comisión Económica de la ONU para América Latina y el Caribe, Cepal, murieron 1.185 personas, hubo 731 desaparecidos y se registraron 8.523 heridos.
El desastre golpeó a los pobladores de Quindío, Risaralda, Valle del Cauca y Tolima, con 138 nuevas réplicas en el mes siguiente, algunas hasta de 4,4 grados.
Faltó poco para que Azucena y sus familiares fueran contados entre los difuntos. Ella pasó toda la tarde sepultada, hasta que alguien, no recuerda quién porque se desmayó, la rescató. Tenía una pierna fracturada.
"Yo soy sobreviviente de Brasilia Nueva, el barrio que puso la foto, los muertos y los heridos", dice hoy, a sus 62 años, orgullosa de haber regresado al vecindario.
Una de las cosas más difícil de superar en aquella tragedia, fueron las continuos saqueos por parte de muchedumbres que llegaron de otras tierras, como buitres, a usurpar los bienes de los damnificados.
María Victoria, en ese entonces, era coordinadora zonal del Icbf. "A los tres días empezó a aparecer esa gente. Uno estaba en el mercado y escuchaba: "¡pilas que viene la turba…", y entraban y saqueaban todo".
Recuerda también que "los policías nos decían que si teníamos armas, que nos defendiéramos. Un vecino ingeniero fabricó bombas molotov y así pasábamos las noches, esperando que algo malo pasara".
Todas estas historias retornarán hoy a la memoria, cuando se conmemoren los 15 años del terremoto. La Alcaldía de Armenia, el municipio con el mayor número de víctimas y afectaciones, llamó a la jornada "El Florecer de un Milagro", e invitó a la comunidad a una misa en el Parque de Bolívar.
"Han pasado 5.479 días desde el temblor y todavía no nos recuperamos mentalmente, vivimos con esa zozobra", confiesa Azucena.
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